Guernica

mayo 31, 2015 0 Comments A+ a-




"Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. ¡Todo en ti fue 
naufragio!

(...)

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo. 
Te tumbó la tristeza, ¡todo en ti fue naufragio!"
~Pablo Neruda.





Hoy me desperté y miré el Guernica que está en la pared de mi cuarto que tú ya conoces.
Me vino a la mente el día que lo vi en la ventana de esa tienda de pintura y arte y recordé cómo me encantó inmediatamente, estoy hablando de hará siete u ocho años, cuando desconocía el contexto de Picasso e incluso su nacionalidad y diez mil doscientos nombres.
Me gustó la pintura puramente, su color lúgubre y su bien logrado cumbismo.
Lo compré tiempo después y al investigar me enteré que era una pintura representativa de la Guerra Civil española, del bombardeo de Guernica.

Me limité a saber eso y lo colgué en la pared más grande de mi cuarto.
Por desgracia, hice mi trabajo final de Literatura Española sobre la Guerra Civil española en la novela Nada de Laforet.
Tuve que leer causas y consecuencias del conflicto para crear un marco de referencia,
leer y leer
                    y
conocer y conocer,
juro que ese día terminé deprimida ante tanta muerte y tanta desgracia.

Y mi Guernica es retrato de ello, de toda la crudeza que llevó a Laforet, a Ana María Matute, a Miguel Delibes, a Casona y demás a volver su literatura árida como la tierra española de la posguerra.
En lo personal, ahora me resulta terriblemente complicado abortar el tema de la devastación sin llorar uno o dos poquitos, de la muerte colectiva, de los trastornos, la guerra y la pérdida de lo cotidiano.

Creo que todos nos jactamos de saber afrontar esto e incluso muchos decimos no temer la muerte y no temer la Soledad; viles mentirosos, desconocedores de la tragedia real.
Me duele, y esta mañana me dolió el Guernica tanto como lo adoré cuando lo vi por primera vez.
A veces es mejor desconocer el pasado o hacer como que ya se olvidó para aprovechar la actualidad, para sentir el arte y no las heridas abiertas.

Porque uno se puede morir de mil maneras:

    se puede morir dejando de llorar en las películas,
         dejando de sonrojarse,
             dejando de acariciar almas y besar debilidades,
                  dejando de cantar,
                        sumergiéndose en la monotonía y el tedio,
                            para encontrase con una hoja blanca y vacía.
Vacía, vacía, vacía.

Sin verso, sin ilustración, sin partitura, sin la estampa trémula de la máquina de escribir, sin sentimiento y muerta y solitaria                 y muerta, muerta.
Y gritar desde el fondo del estómago, y golpear el aire durante toda la noche por la imposibilidad de llenar la hoja de mano propia o ajena,

y sigue en blanco en blanco y sigue en blanco en blanco y sigue en blanco y ni siquiera tiene borrones, está en absoluto vacío y la náusea de Sartre en la garganta y la frustración de Unamuno en los dedos y sin lágrimas porque también ha dejado de llorar.

Ahora
si
quiero
vivir.
Y no hay vida.
Y no hay vida.

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