Sauvage
"Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia."
~La Vorágine, José Eustaquio Rivera.
He pasado un mes en la Facultad de Filosofía y Letras.
Recibí muchos comentarios despiadados de los profesores sobre mis trabajos y dejé de escribir aquí porque tengo terror de que alguien descubra que desconozco principios básicos de morfosintaxis (no sabía que los desconocía) y escribo y leo como mi mente me da a entender.
He tenido altibajos tanto en la Universidad como en mi estado emocional.
Últimamente, algo de lo que más me ha impactado (en ambos aspectos) es el libro Doña Bárbara de Rómulo Gallegos.
No hago resumen de la novela, ya que es posible encontrarlo en Wikipedia (si, con el bendito perdón de la profesora de Redacción, que dijo que jamás la usáramos como referencia), de lo que me interesa escribir, es sobre lo que me hizo sentir.
Para empezar, no lo leí; yo elegí leer La Vorágine, así que mi panorama fue únicamente el comentario que hizo el profesor y su definición del tema principal:
Entonces, ¿qué tiene de malo ser “bárbara”?
Tengo este problema de entrar demasiado en los libros; como el año pasado, que en serio me metí en las cartas de Frida y terminé llorando por Alejandro Gómez, cuando estuve en Aura de Fuentes, o cuando fui personaje de Alessandra Luiselli y lloré en la combi.
Así que ésta vez fui Doña Bárbara y, al principio, me sentí igual de doblegada por un tan “celestial” Santos Luzardo (nótese el contraste de los nombres “Santos” y “Bárbara”), quise ser civilizada y renunciar a la vida salvaje en la que estoy inmersa. Estoy equivocada porque soy feroz y vivo en barbarie.
Y me habrá durado una semana.
Cuando la psicóloga me preguntó si tenía vicios, pensé que tal vez ser obstinada podría ser el peor que tengo. Su diagnóstico fue tengo problemas con la autoridad.
Traigo entonces en la sangre toda esta pinche rebeldía, todo lo indómito y lo fiero.
No me puedo quitar de encima lo que soy y ya, chingue su madre.
Lo que vaya por Dios a pasar, que pase, lo que me vaya a matar, que me mate, lo que me vaya a salvar, que me salve; y lo que no, no. Así viva yo tan loca y libre como mi cabello o tan centrada y quieta como… ¿cómo qué?
Recibí muchos comentarios despiadados de los profesores sobre mis trabajos y dejé de escribir aquí porque tengo terror de que alguien descubra que desconozco principios básicos de morfosintaxis (no sabía que los desconocía) y escribo y leo como mi mente me da a entender.
He tenido altibajos tanto en la Universidad como en mi estado emocional.
Últimamente, algo de lo que más me ha impactado (en ambos aspectos) es el libro Doña Bárbara de Rómulo Gallegos.
No hago resumen de la novela, ya que es posible encontrarlo en Wikipedia (si, con el bendito perdón de la profesora de Redacción, que dijo que jamás la usáramos como referencia), de lo que me interesa escribir, es sobre lo que me hizo sentir.
Para empezar, no lo leí; yo elegí leer La Vorágine, así que mi panorama fue únicamente el comentario que hizo el profesor y su definición del tema principal:
“La barbarie contra la civilización”.
Entonces, ¿qué tiene de malo ser “bárbara”?
Tengo este problema de entrar demasiado en los libros; como el año pasado, que en serio me metí en las cartas de Frida y terminé llorando por Alejandro Gómez, cuando estuve en Aura de Fuentes, o cuando fui personaje de Alessandra Luiselli y lloré en la combi.
Así que ésta vez fui Doña Bárbara y, al principio, me sentí igual de doblegada por un tan “celestial” Santos Luzardo (nótese el contraste de los nombres “Santos” y “Bárbara”), quise ser civilizada y renunciar a la vida salvaje en la que estoy inmersa. Estoy equivocada porque soy feroz y vivo en barbarie.
Y me habrá durado una semana.
Traigo entonces en la sangre toda esta pinche rebeldía, todo lo indómito y lo fiero.
No me puedo quitar de encima lo que soy y ya, chingue su madre.
Lo que vaya por Dios a pasar, que pase, lo que me vaya a matar, que me mate, lo que me vaya a salvar, que me salve; y lo que no, no. Así viva yo tan loca y libre como mi cabello o tan centrada y quieta como… ¿cómo qué?
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