Sesenta y nueve años de Soledad
" No le dolieron las peladuras de cal en las paredes, ni los sucios algodones de telaraña en los rincones, ni el polvo de las begonias, ni las nervaduras del comején en las vigas, ni el musgo de los quicios, ni ninguna de las trampas insidiosas de la nostalgia."
En estos días de muerte, no he podido pensar en otra cosa.
Hace unos meses me enervó la muerte como ya hacía muchos años que no lo hacía, cuando mi José Arcadio amaneció un día inmóvil y aunque se lo rogué, no subió de nuevo a mi mano como acostumbraba.
Y peor aún, cuando mi ratoncita, que fue mi única compañía emocional en los mediados crudos de este dos mil catorce, murió abruptamente en manos de mi mamá y me negué a quitar su casita del lugar donde estaba porque sentía yo que el fantasmita ¿dónde iba a vivir?
Por si no fuera bastante, el Gabo García también se me fue justo el día que compré una premonitoria rosa amarilla, y yo lloré y lloré porque fue como si se me acabara de ir un cercano familiar.
Yo vivo en México y en Macondo.
"Uno quiere a Gabo como a la luna, porque le pertenece a cada quién de distinto modo y a todos tanto como quieran gozarla".
Lloré por todos esos eventos como no había llorado desde noviembre nueve de dos mil diez, cuando recuerdo caminar y tropezar, porque mi confusión "infantil", lo que me parecía un millón de personas y las lágrimas incesantes en mis ojos, no me permitían ver con claridad.
Hace unos días mi abuelita aquí estaba y yo llegaba corriendo de la secundaria para sentarme con ella a comer y contarle los acotecimientos cotidianos.
Hace unos días tan elegante y hermosa, tan dulce y eternamente alegre.
Sus chinos siempre castaños chocolate y sus uñas siempre en piquito y siempre tan rojas que ¡cómo nos encantaba que nos rascara la espalda!
Todo siempre le salía bien porque era canija y bien abusada, además siempre era la más coqueta.
¡Cuánta falta nos hizo/hace a las Normas! Todavía cuando pensamos en ella se nos hace blandito el corazón y a veces hasta se nos escapan las lágrimas de nostalgia.
Yo escucho y canto con pasión los boleros y las baladas en que ella tanto ponía el alma, y que a la inocente pobre amiga no le va a durar el amor eterno, y que una se queda como gata bajo la lluvia, y que uno se enamora de las chicas de las boutiques, y que viaja en la nave del olvido porque ayer eran amantes enternecidos, pero hoy sólo amigos de ocasión, incluso aunque haya uno jurado escribir con tinta sangre la historia de algún amor.
Pocas cosas me importan tanto como mi par de tatuajes y uno de ellos, en mi brazo izquierdo para que vaya pegadito al corazón, es doña Cholita, para que me acompañe siempre.
Sin embargo, como buena mexicana, diría Carlos Pellicer, me obsesionan la muerte y las flores (debo que admitir que lo de las flores es un gusto neonato). No que me guste que las personas se mueran, más bien que celebro sus vidas.
Por lo tanto, celebro la vida de doña Soledad Calderón que para mi como para muchos otros fue fundamental, celebro lo que dejó en mi y lo que dejó en Norma Ríos.
Celebro la vida también de Luis Ríos, que le pasó en el apellido lo indomable (y tal vez la uni-ceja tan Ríos) a Normita y ella a Pausita, porque era cabrón lo que se dice cabrón; dicen, yo no me acuerdo, para mi siempre fue de lo más dulce.
Yo como quisiera morirme primero que todos los González y todos los Ríos porque no me da susto irme yo, pero me aterra que se vayan ellos y me dejen aquí ¡qué voy a hacer yo!
¿Qué opinas?