Senda

octubre 08, 2014 0 Comments A+ a-


"La cabellera abundante, todavía de color castaño claro, suelta y jugueteando sobre su cintura fina y movible; los ojos parleros; el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras voces"

~ "María" Jorge Isaacs

Entregue uno cuerpo y mente a una determinada causa, mas allá del bien y el mal, exenta del raciocinio y del sentido común.
Entonces, pasión y furor iluminando como luciérnagas a ratos algún sendero obscuro en el que anda única y estrictamente uno mismo. Nadie más. Incluso lucha fervientememte por la absurda exclusividad.
Si hubiera de pronto que caminar sobre la más aguda piedra, sin queja, porque la supuesta meta vale el camino violento.
Camina durante mil momentos que al principio pasan lentos, pero místicos, maravillosos, inesperados.
Pero nadie especifica el tiempo ni los acontecimientos que tienen que pasar antes de que el camino se ilumine casi en absoluto, pero ya no luz de pasión, sino luz de rutina.
Además uno tropieza constante y se raspa las rodillas donde quedan costras que jamás cicatrizan y que siempre duelen.
Ya no hay incertidumbre, no hay nerviosismo, no hay misticismo ni sorpresa, ni asombro ni inseguridad.
Y sobre todo, no hay miedo.
Y la ausencia de este es tan mágica como desconcertante.
Cae uno en desinterés y banalidad.
En gradual decadencia, el animo de andar, porque pronto las piedras y la luz ya lastiman y ya es imprescindible si alguien viene detrás caminando a obscuras.
Se ha hartado del mismo sendero, tan común ya, tan monótono y tan trémulo.
Ha perdido todo sentido y todo gusto por pasear en él, pero si se sale ¿a dónde va?
Entonces camina un poco y descansa, y duerme, si quiere. ¿Y si le rebasa alguien más? Ya no tiene ya importancia alguna, de eso se trata finalmente.
Se detiene dos segundos para precisar que ha andando por lugares equivocados y que los correctos ya han quedado atrás, o con suerte esten adelante.
Dicen que si continúas a algún lugar llegarás, debe de hacer falta bastante caminar.

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