Catatonia

marzo 11, 2014 0 Comments A+ a-







"Look right through me, say I'm gloomy , well so sue me.
Excuse me." 
~Splendora
“Un pie frente al otro” Me grito mentalmente después de sentir que he olvidado cómo continuar avanzando.
Cada vez siento más la asfixia viajándome en la tráquea (¿o será que voy a vomitar?).
Siento aún el ardor de tu rodilla estampándose justo entre mis costillas, como si ahí perteneciera. Ya no sólo olvidé caminar, ahora tampoco recuerdo como respirar.
No quiero mirar nada más que mis botas, “una tras otra”, llevándose a sí mismas a lo que podría ser el cielo como podría ser el infierno.
Momentánea auténtica portadora del síndrome de Cotard, empiezo a sentir que se me pudren los ojos y la voluntad mientras recorro el camino monótono, metódico cuál receta de cocina.
De pronto estoy en ‘El vómito’ de Jean-Sol Partre.
Rompo la silenciosa y viscosa pared que está salvándome de no caer absolutamente en la realidad y menciono un par de curiosidades totalmente imbéciles e inútiles.
Puedo escuchar mi propia voz diciendo todo menos lo que realmente quiero ¿de dónde saco tanta tontería? Ya me arrepentí de haber mentido ¿puedo mentir? Mentirosa como poeta.
Vigilo mis pasos y te siento aún pisando mi cuello.
Pienso en mis sueños y mi ‘hopeless’ cabello, como mi malnacida ausencia de voluntad contrasta con mi terquedad de Ríos. 
No soy inferior, me di cuenta. Me sentía yo un perrito y los veía a aquellos dragones, en todos los sentidos en que se puede ser dragón.
Ahora que sé que son también perritos, no me asustan. Me dan náusea. Son igual de perdedores que yo. Yo tengo más de dragón que varios.
Ya instalada en mi destino, resuelvo que es el infierno y que Xolótl no supo acompañarme.
Siento un par más de pies en mi cuello, más pesados, más violentos.
‘Estás estorbando’ dice entre líneas la matriarca tótem y siento sus pies también en mi cuello, alguno absténgase de asfixiarme, por favor. Ya sé que estoy estorbando.
La escena toma un tono sepia y veo cierta putrefacción; y no, ya no son mis ojos… ni alguna víscera. Es ajena, tan ajena que no es humana.
Quiero volver a mi propio infierno, donde los esqueletos bailan en caminos de llamas.
Y entre más salgo de allá y más vuelvo acá, más se me difumina el odio y la frustración y me la sustituye una avidez que ha sido alimentada durante veintiún mil seiscientos, seiscientos uno, seiscientos dos minutos.
Soy diferente ya.
Cierro mi cuaderno mental donde he escrito todo y retorno al mundo real, a la realidad a la que pertenezco. Me descubro viajando en el metro azul, como todos los días, con la gente común.
Ya pasó, ya pasó…


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