un sueño
Aparecí de pronto en aquél restaurante con aspecto minimalista, casi por completo color blanco, a excepción de ciertos muebles metálicos. Estaba yo vestida con un bonito vestido negro y unos tacones que no me imaginé jamás usar; incluso mi cabello estaba recogido y bien peinado, a pesar de ser corto; mi rostro estaba maquillado (o al menos eso me imaginé, porque no podía verme en algún reflejo). No conocía a alguien y me sentí desorientada..
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Traía también una especie de bolso y en él, para mi sorpresa, bastante dinero como para comprarme el restaurante entero. Decidí pues sentarme en alguna mesa y pedir algo; no era que estuviese muy hambrienta, pero fue lo primero que se me ocurrió hacer y no me pareció tener pinta de mala idea.
Me acerqué a la mesita más cercana y me senté esperando a que alguien tomara mi pedido, y cuando esto ocurrió, me quedé mirando la carta un buen rato.
Decidí que quería nada… es decir ¿me dejarían pedir un vodka? Soy menor de edad y ese lugar parecía serio, quizá me pedirían una identificación y sólo tengo mis credenciales de la escuela y la de la biblioteca.
Pero en el justo momento en que aparté la vista de la carta y la dirigí a un lugar arbitrario… bueno, fue cuando me encontré contigo. Estabas ahí parado justo en el mismo lugar en el que yo hacía un rato, con la misma mirada desorientada y el nerviosismo propio de la confusión.
Me alegré de estar metida en ese vestido. Es decir, seguro me veía bonita, y me gusta verme bonita para ti. De hecho, tú también te veías muy guapo. Tu smoking negro, tu camisa blanca y tu corbata roja te hacían lucir radiante; hasta me acordé de la última vez que te vi así y me dieron ganas de llevarte a casa y guardarte por ahí para siempre. Decidí quedarme en el restaurante minimalista.
Estuve a punto de levantarme e irte a saludar pues era seguro que aún no me habías visto, pero antes de que pudiera realizar cualquier movimiento, vi tu boca torcerse en una sonrisa y tu mano sacudirse en el aire de lado a lado, saludando a alguien más.
Caminaste rápidamente hacia otra mesa, con otra chica, alguien que no conozco pero he visto; esa del cabello largo y bonito… la que tenía un vestido tres veces más lindo que el mío y que no le estorbaban brackets en la sonrisa. Te sentaste en su mesa y te vi tranquilo y alegre. Yo estaba destrozada. Me recorrió un estremecimiento la vertebra y suspiré con la impotencia de un águila que no vuela. De pronto, hasta el oxigeno me pareció pesado e intolerable.
- Señorita, ¿qué va a ordenar?- se acercó a mí un mesero con una pequeña libretita en manos y una sonrisa en la cara. - Aún no decido- dije intentando parecer tranquila y volviendo a la lectura de la carta. - Está bien, regreso en un momento- se alejó con la misma sonrisa con la que se acercó. Pensé en ti e imaginé tantos escenarios contigo como mi cerebro me permitió, recordé la última vez que estuve a tu lado y lo fantástico que fue (como siempre). Pensé en el vodka y en que quizá no perdería nada con pedirlo, para después rendirme al no tener edad suficiente y terminar pidiendo un refresco de naranja, que es mi preferido. Pensé en la contraseña de mi wifi y en que quizá mis uñas extrañasen el esmalte negro y mis pies mis botas viejas.
Me volví a tapar con ambas manos y canté bajito mi actual canción favorita de mi actual disco favorito:
Sé que nadie me quiere, sólo por mi pensamiento. ¡Ay! con tanto sufrimiento, así cualquiera se muere.
- ¡Paulina! Era tu voz, íntegramente, totalmente, exquisita y dulce. Inconfundible. Me quité las manos de la cara y alcé la mirada para poder mirarte parado frente a mí; tuve la tentación de mirar hacia la mesa donde habías estado sentado antes, pero no lo hice. En su lugar, mencioné un diminutivo de tu nombre justo con el mismo tono con el que tú habías pronunciado el mío.
- Siéntate si quieres, yo invito- dije de pronto, pensando en todo el dinero que traía en el bolso
-
- De acuerdo. ¿Qué haces aquí?- jalaste la silla y te sentaste.
- No sé, probablemente lo mismo que tú
- ¿Tiene mucho que llegaste?
- Sí, mucho ¿y tú?- yo sabía la respuesta, pero quería escucharla de ti.
- También
- ¿Dónde estabas?- de igual forma sabía esarespuesta.
- Otra mesa por allá, con…- dijiste su nombre, pero no puedo recordarlo.
- Oh…- fue lo único que pude decir.
- En cuanto te vi, vine hacia acá… te ves…- ¿me veo qué? ¿Bonita? ¿Arreglada?
Quise que mencionaras algún adjetivo halagador-…triste.
- No mucho- dije decepcionada; decidí que yo tampoco diría algo sobre lo bien que lucias.
El mesero se acercó nuevamente y yo encargué una bebida de vodka con un nombre extraño que para mi sorpresa, al mesero le pareció como si hubiera pedido el refresco de naranja; algo completamente normal. Sonreí en mi interior.
Tú pediste una malteada de chocolate y eso me desconcertó. Te dije que tenía dinero suficiente, que pidieras algo diferente, pero simplemente te negaste e hiciste un mohín.
Me reí y no dije más sobre el tema.
Comenzamos pues, una conversación de aquellas que mantenemos usualmente cuando nos cruzamos los caminos; te escuchaba la voz dulce y pensaba en lo mucho que te adoro y en cuan “bonito” te veías. Pensé en que quisiera estar así contigo toda la vida.
Hasta que el mesero trajo las órdenes. Tu malteada y mi vodka, curiosamente, ambos con popotes. Lo miré extrañada, pero lo dejé pasar; continuamos hablando como si no nos hubiéramos visto en años y si yo no mal recuerdo, tenía tan solo dos días que no te veía.
- ¿Qué tan bien sabe eso que te tomas?- dijiste de pronto
- Mejor que una malteada de chocolate
- ¿Puedo probar?
- Claro
Tú estabas bastante cerca así que sólo solté el vaso para que lo agarraras tu mismo y tomaras del popotito. Pero, en lugar de eso, te levantaste de la silla y te acercaste hasta el popote, como si el vaso estuviese pegado a la mesa. Te acercaste peligrosamente a mí.
Estaba anonadada, pasé saliva nerviosa.
Terminaste de beber y yo no pude soportarlo más… estabas muy cerca. Te besé. Lo hice y sostuve tus labios junto a los míos un ratito. Te amé como nunca, como nadie, como quise desde el momento en que supe que te quería para mí. Habrán sido 7 segundos.
- Me besaste…- dijiste bajito, aunque no sé si fue una afirmación, un reproche o una pregunta.
En caso de haber sido una pregunta, fue bastante estúpida.
- Lo siento- no atiné a decir otra cosa, estaba relativamente arrepentida
Desperté pues, de uno de los sueños más extensos y claros que he tenido; eran las 11 de la mañana en un sábado común y tú no estabas junto a mí. Pero estoy feliz ahora que sé cómo se sienten tus labios. Los he probado en sueños.
¿Qué opinas?