EL ESPÍRITU NO HABITA EN EL CUERPO, EL ESPÍRITU ES LA CARNE

abril 22, 2017 0 Comments A+ a-


"Pero tanto los pensamientos que surgen de mí como los que proceden de las cosas, se vuelven en seguida demasiado intensos. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios crispados sólo producen vibraciones estridentes y dolorosas. (...) Más de una vez he sido víctima de crisis y arrebatos que hacen pensar en demonios maliciosos infiltrados para obligarnos a cumplir, a pesar nuestro, su más absurda voluntad." 
~Baudelaire, C. Le Spleen de Paris



Me parece fabuloso encontrarme moretones en la piel.

Los miro desde que son un chipote rosa, después la sangre se esparce y son rojos-rojos con un halo púrpura, aquí ya se ven bastante grotescos.
Pero el momento en que más duelen es cuando empiezan a sanar. Son del mismo púrpura, pero más violento y con tintes amarillentos. Una verdadera obra de arte si además consideramos el dolor paulatino que los acompaña, igual de gradual que sus tonos.
A mi me resulta todo un espectáculo, equiparable al espectáculo del placer, del sentir.

Si siento con el sol la sangre hervir en mis venas y mi piel vibrar o si siento el ardor del viento entrando en mis heridas abiertas. Si siento comezón en los ojos o siento cosquillas en la palma de las manos. Si siento mi cabello de medusa acariciarme la cara o mis muelas frotarse de rabia. Si siento el humo en el pecho o si la presión de mi corazón nostálgico.
¿De qué se trata sino de mi carne?

De la pasión exacerbada que se acumula en mis nervios, en mi cuerpo lánguido que carece de potencia y hasta de pulso, pero que renace a diario con la esperanza insana de colmarse de cualquier cosa que me permita salir de la realidad. Sentir lo que sea.

Para viajar lejos, para alejarme ya de la cotidianidad en que tengo que caminar sobre mis pasos, sobre los pasos de los mayores. Para salirme de este cuarto en donde todos hacemos lo mismo, donde da igual que cualquiera se largue o se quede ¿quién aquí es irreemplazable?

Esta carne única, tú carne, mi carne, que nos pertenece y conocemos, en la que hemos crecido. Tú piel y tus heridas, mi piel y mis heridas ¿importa una más? ¿siempre vas a poder sanar?
No hay posibilidades místicas que puedan trascender nuestra humanidad visceral, siempre vamos a volver aquí, a esta piel, a tu cuerpo real y esta mente absurda en que cada quién decidió encerrarse.

Mi corazón (mi carne) me exige como mi estómago hambriento, seguramente incluso con más vehemencia. Me aferro con mis uñas de pantera a lo que me permita olvidarme o me provoque sentir. Es que no me puedo estar quieta.

Pero estaba yo tambaleándome junto a Diego, que comparte conmigo está visceralidad insana y por eso no le importa vaciarse catorce cervezas en las tripas, cuando él me recordó cómo mi voracidad desenfrenada por sentir sólo me ha llevado a perder el interés en todo eventualmente.

Entonces me pregunto si mi carne es realmente diferente al bistec que a veces me obligan a comer en la mañana para que no vaya a desmayarme en la calle.
Porque finalmente siempre vamos a depender de otra carne para saciar la propia, para no morirnos de hambre o para no morirnos del frío.

Creo además que es más fácil delegar el control de uno mismo a algo más: al destino, a la flojera, a la desidia, a ser pendejo, a la infancia, a la depravación, al pasado, a lo que sea.
Pero en cuestión de las necesidades irracionales de la carne si estamos atados ¿cómo te libras? ¿cómo concluyes la búsqueda de algo que no existe? ¿cómo sacias el hambre eterna de los instintos primarios?
Pues con un montón de placebos efímeros. Para controlarme, para sacarme de aquí, porque soy un bistec que daría todo por dejar de serlo, por encenderme y encender todo lo que pueda como incendio o destruirlo como la vorágine.


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